En la nueva entrega de Leonardo Aguirre compiten y colisionan dos planos discursivos: el manuscrito del autor que busca incansablemente distinguirse frente a las convenciones del mercado editorial, y la primera lectura por parte de una editora que cuestiona, resignifica, emascula e incluso censura el contenido y la propia puesta en marcha de la poética planteada por el autor. Interruptus, en palabras de Henry Bergson, es “duración”. Es casi un happening, un acto de habla, un libro que sucede y cobra sentido en la actualización de su lectura; como el teatro, que solo adquiere autonomía en la representación del texto escrito por el dramaturgo. La fragmentación, los juegos metatextuales, la aparente disolución del argumento, replantean las posibilidades del género novela. Y es que Aguirre no hace novelas para agradar; construye artefactos de lenguaje que aspiran a lo evanescente y que dejan un temblor en el aire como prueba de su secreto afán por convertirse en poema, canto, voz; y por crear una nueva identidad que anule la distancia entre autor y narrador. |