El humor no tiene recetas, tampoco límites, y ese espacio extraño en el que se mueve no solo nos divierte, sino que nos increpa y asusta, nos refleja e incomoda en cada acto de nuestras vidas y nos obliga a estar atentos a nosotros mismos. Si el humor no cumple con esta tarea, es solo un adorno sin contenido, sin historia. Es el cuadrito que nos compramos porque hace juego con el sofá o el jarrón que no nos gusta pero no tiramos porque nos lo regaló la tía Filomena.Las viñetas de este libro están lejos de ser un adorno. Son pequeñas fotos del día a día de todos nosotros. Juegan con el absurdo, con el lenguaje, con lo cotidiano y, sin darnos cuenta, nos obligan a hablarles de vuelta y preguntarles: ¿me están hablando a mí? |